El deceso del fotógrafo cubano Félix Arencibia sorprendió al mundo de la lente periosdística en la isla. Esta crónica fue publicada, a manera de homenaje, al conocer su fallecimiento el 15 de julio de 2007.
Felix Arencibia, nuestro Arencibia, nos ha dejado físicamente. La noticia apenas podía creerse. Un día antes de ingresar en el hospital me puso en contacto solícitamente con el fotógrafo Roberto Salas para obtener de él una colaboración para el semanario cultural holguinero La Luz.
Arencibia siempre fue así: desprendido, solícito, afectuoso y servicial como amigo; competente como profesional; incluyente y contagioso para con la fotografía por el amor que le profesaba al arte y la técnica que el francés Louis Jacques Mandé Daguerre patentó.
El Club de Fotógrafos de Holguín, sus colegas de años en la profesión del periodismo, los fotorreporteros, e incluso, muchos de los artistas dedicados a la parte comercial-social, recibimos consternados la triste novedad.
Desesperado por nuestra lejanía de La Habana, donde radicaba, solo pudimos apelar a hacerle llegar simbólicamente una corona de flores a través del fraterno amigo Rufino del Valle, de la Fototeca de Cuba, a sabiendas de que ello es solo un formalismo ante la enorme y honesta amistad con la que Arencibia nos privilegió.
Su extensa y rica vida artística nos queda como ejemplo y legado de la dedicación profesional a la fotografía de prensa. Pero más que ello, nos legó sus conocimientos que nunca guardó para sí; que ofrecía porque era mejor dar que recibir. Enseñaba porque así él también aprendía.
Quienes amamos la fotografía encontramos en Arencibia un oasis donde saciar la sed de conocimiento, un nido en ese Instituto Internacional de Periodismo José Martí, devenido punto de concurrencia para los fotógrafos de provincia en tránsito por la capital de la Isla.
Juan Miguel -Juani, como prefería él llamarle- Juan Pablo, Elder, Edgar, Kaloian, Roy González, Héctor Luis, el tocayo Amauris, otros tantos agradecidos holguineros, entre los cuales me encuentro, extrañaremos su simpática amistad, su incansable manera de hablar, su consejo preciso, sus correos electrónicos a diario con las más novedosas noticias relacionadas con el mundo del lente, sus atentas invitaciones a talleres, los espacios y oportunidades que ponía a nuestra disposición.
El Instituto, La Habana, será diferente sin él. Félix nos abandona físicamente. Nosotros, sin embargo, lo tendremos presente y será difícil acostumbrarnos a esta partida que lo sorprendió en medio de unos de esos talleres fotográficos que afanosamente organizaba. El siempre está en su cuarto oscuro. ¡Nuestro cuarto oscuro! ¡Gracias Arencibia!
Maestro de grandes, noble y sencilla, creó sus peñas En el instituto los cuartos sábados
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