Humberto Solás, uno de los cineastas más importantes del cine nacional, director de filmes como el emblemático Lucía (1970), Cecilia (1982 y 1983) y Un hombre de éxito (1986), estuvo en Holguín el pasado mes de abril para el esperado Festival de Cine Pobre, un encuentro que, gracias a su persistencia y dedicación, se ha convertido en plaza internacional para el cine de menos presupuesto.
Escogió la ciudad marítima de Gibara porque hasta allí llegó un día para filmar una de las historias de Lucía. Era la vida de una mujer que luchaba contra una sociedad machista, pero en Revolución, lo cual quería decir: en cambio. Desde entonces, Gibara se convirtió en un espacio fetiche, igual que fetiche sería la actriz Adela Legrá.
Luego, volvió al lugar para filmar una de sus películas recientes: Miel para Ochún (2005), entendida como ejemplo de lo que él consideró cine pobre. Lo dijo muchas veces: es un cine realizado con pocos recursos, pero con alto sentido artístico, estético y de contenido. Fue su última apuesta.
Hasta la ciudad de Gibara, que es como La Habana sin retoñar, llegaron músicos, cineastas, actores, pintores y figuras internacionales de gran trascendencia. Fue tanto el entusiasmo que se rumoró la visita del compositor de peso como el español Joaquín Sabina. Lamentablemente, Sabina no llegó, pero su ausencia quedó olvidada con los fuegos artificiales una noche en la que todos parecían cantar: peor para el sol…
Solás tampoco gritó Acción, sin embargo empezó a filmarse: quedaron recogidas las visitas de los desconocedores a los cines, las charlas de los expertos sobre cortos, filmes, los homenajes a los grandes creadores. De Gibara se iba la gente al mundo, y desde cualquier nacionalidad se regresaba a Holguín. Fue allí donde quedó perpetuada la memoria del Premio Nacional de cine en 2005.
Un día lo levaron a la esquina de Mártires y Frexes para que fuera testigo de la nueva creación. La esquina había quedado renovada con la aparición de una cafetería bautizada como Las Tres Lucías. Con su inauguración, la ciudad rendía homenaje al artista y al cine cubano.
El Café, hoy popular espacio, lucía carteles de cine y gigantografías de las tres actrices de la memorable película, entre las 10 mejores del cine de habla hispana. Se respiraba un ambiente agradable, bañado por el aroma del café y la banda sonora de conocidas películas.
Todo iba bien hasta que Solás vio en la esquina tres pequeños bustos. Se acercó hasta ellos y descubrió que eran réplicas de Titón, Santiago Álvarez y él mismo. El homenaje no le gustó y hubo que retirar el busto que reproducía su rostro. Aún no estaba muerto.
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