lunes, 20 de abril de 2009

Carlos Varela comienza Gira Nacional por Holguín

Por Leandro Estupiñán / domingo, 19 de abril de 2009 / leandro@ahora.cu
Fotos: Amauris Betancourt.

Fue en la Plaza de la Marqueta, que muchos años antes había sido una fábrica de cerámica roja. Pensé que el sitio resultaría inapropiado, pero me equivocaba. El lugar resultó pequeño para este primer concierto de una Gira Nacional la cual llevará al trovador Carlos Varela por 12 regiones del país. Hoy domingo estará en Gibara, a propósito del Festival del Cine Pobre en el que ha participado año por año para corresponder así a quien fuera su amigo, el cineasta fallecido en septiembre del 2008 Humberto Solás. Varela vestía de negro (como siempre) y se hizo acompañar por cinco talentosos músicos entre los que sobresale la cantante Diana Fuentes. Frente al escenario, un mar de jóvenes (adolescentes y treintiañeros) y algún que otro de más edad. La primera canción fue 25 mil mentiras sobre la verdad. La última, El leñador sin bosque, tema que la gente le solicita siempre y que él incluyó en su disco Como los peces (1995). La primera vez que escuche a Carlos Varela, Como los peces era un hit underground. Ni le pasaban en la radio cuando llegué por segunda vez a La Habana en 1995. Varela Tenía puesto un pañuelo para cubrirse el cabello y sostenía una copa a la altura de la nariz. Con una mano, cubría la boca del recipiente en cuyo interior nadaba un pez. El cartel, que estaba en una columna de la calle Reina, promovía un concierto y, según supe muchos años después, había resultado legendario por la movilización que conllevó y porque, por primera vez, le lanzaban dinero al cantar Monedas al aire, tema que promocionó un video clip en el que bailaba la mismísima Grethel, aquella musa a quien Varela veía a través de los ojos de Jim Morrison. Había sucedido casi un año antes. Por aquellos días me encontré muchas veces aquel cartel. Como los peces era una producción lograda y con temas fabulosos como Pequeños Sueños, Fotos de familia, Habaname o Como un ángel. También incluía duras críticas a la realidad como La política no cabe en la azucarera o El Leñador sin bosque. No era difícil entender por qué pasaban sus canciones en la radio “a veces nada más” (si acaso las pasaban en los noventa), aún cuando su amigo y protector Silvio Rodríguez haya dicho que “yerran los que conspiran contra Carlos Varela, porque lo consideran hipercrítico.”
El trovador es crítico con el mundo que lo rodea, pero su crítica se basa en una hipersensibilidad que parece dominarlo. Le canta al parque infantil que se desarma, a la ciudad que se destruye, a la joven incomprendida, al familiar que se fue del país, a las contradicciones que se le posan en las narices y, luego advierte: “si supieras el dolor que siento cuando te canto y no entiendes ese amor”. Así, ha sido desde Jalisco Park (1989) donde incluyó temas como Guillermo Tell o Tropicollage y donde se evidenciaba ya el carácter de quien había nacido en abril de 1963, cuatro años después de 1959. Con Varela me sucedió una cosa curiosa. Cuando llegué a la Habana para estudiar Periodismo en el año 2000 volví a encontrarme con el viejo cartel que me había puesto frente a frente con el músico. Entonces, estrenaba Nubes (2000), un disco que, aunque con canciones tremendas como Muros y puertas, me pareció un paso a tras, una claudicación en su historial de batallador de las artes e iconoclasta. Quizá porque de Nubes me gustaba entonces apenas esa canción creía que Varela se venía abajo.

Era lógico, pensaba yo: los años más duros parecían haber pasado y con ellos toda la anfibología poética de Calos Varela veía punto final. Otra vez me equivocaba. Después, se apareció con Siete (2003) y letras tan tremendas como la que adorna la melodía de Detrás del cristal, canción con la cual volvía a acuchillarnos con una fría y cruda sensibilidad que gritaba: “los que se fueron lloran, los que se quedan más”.

Ese era el Carlos Varela que a mí siempre me ha interesado, el trovador cuyos temas de amor suceden desde la realidad y sus símbolos y circunstancias. Ahora, después de haber cumplido 46 años, ha iniciado esta Gira Nacional para promover el nuevo trabajo, titulado: No es el fin. Tampoco lo es para su carrera: es un hombre maduro, le acompaña la voz y el público. Anoche, la Plaza de la Marqueta estuvo colmada de jóvenes que coreaban sus canciones. ¡Y yo que lo descubrí en un cartel, pegado a una columna habanera en los noventa!
Allí estuvo la imagen hasta dos o tres años después entrado el siglo XXI. Recuerdo que eran cuatro rasguños sobreviviendo el tiempo la última vez que lo vi. Yo iba Reina abajo para no recuerdo hacer qué y un hombre vendía jugos de naranja cerca de aquella columna. Él sabía que aquello no eran grandes cosas, pero eran sus sueños. Qué le ibamos a hacer.

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